Migrante
Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar. - Antonio Machado
¿Qué me pasa con la palabra "migrante"?
Según el diccionario Infopédia de Porto Editora, se denomina migrante a: “persona que migra, que se traslada de una región o país a otro, para establecerse allí, generalmente por motivos económicos o sociales.”
Mi primer encuentro con este término fue en una clase de primaria, cuando la maestra nos presentó un texto sobre los inmigrantes que habían llegado a Argentina. Al llegar a casa, le pregunté a mi madre si en nuestra familia había inmigrantes. Me contó que teníamos un abuelo brasileño y bisabuelos italianos. Aunque solo profundizamos lo necesario para completar mi tarea, ese fue el inicio de mi curiosidad sobre la inmigración.
La siguiente vez que me topé con el término "migrante" de manera más consciente fue cuando una de mis mejores amigas se mudó con su familia de Argentina a España. La despedida fue difícil, éramos adolescentes. Los 15 años en Argentina es una edad en la que quieres estar con tus amigas, compartir ropa, maquillaje y prepararte para las fiestas de quinceañeras. Esa fue una gran etapa, aunque una de mis amigas iba a estar lejos.
Al convertirme en adulta, me encontré con una realidad más cruda. La emigración e inmigración eran constantes. En la universidad, conocí a colegas que venían del interior de Argentina a estudiar y vivir en Buenos Aires. También me hice muy amiga de una chica de Paraguay, de quien admiré la fortaleza y templanza para emigrar sola y lejos de su familia. Entendí la misión del migrante: intentar alcanzar sus objetivos mientras atraviesa el duelo de su mudanza y se adapta poco a poco a la nueva cultura o país.
A los 29 años, fui yo quien emigró de Argentina a Portugal. Entiendo que cada migrante tiene su propia motivación, deseos, convicciones, sueños y proyectos. Seguro que no es lo mismo migrar por obligación, como la guerra, la búsqueda de asilo, la necesidad de una vida mejor para la familia, entre otras razones. A mi alrededor, he tenido la fortuna de encontrarme con migrantes que han decidido conscientemente con preparación y apoyo familiar su propia migración.
¿Es fácil? ¿Alguna vez lo fue? ¿Alguna vez lo será? No creo que la palabra "fácil" pueda ser utilizada en estas situaciones, pero sí creo que puede ser menos pesado migrar con una familia que nos apoya y nos despide con pena, pero también con alegría.
¿Qué pasa si me voy porque mis padres lo han decidido? ¿Qué pasa si no fue mi decisión o si sí lo fue? ¿Qué pasa con los que se quedan? ¿Qué pasa con los que se van? Cada persona lidia con su propio duelo, con sus propios cambios. No es igual para quien se queda, adaptarse al vacío que puede dejar el migrante que partió, que para el migrante que se va e intenta buscar su destino en su mudanza.
¿Qué puedo decir desde mi experiencia?
No siento que haya sido fácil el cambio, pero sí admito que fue una decisión propia y de mi pareja movernos de un continente a otro. No siento que haya sido simple, pero sí admito que hemos recibido el apoyo incondicional de nuestras familias y amigos. No siento que haya sido rápido, pero sí disfruté del proceso de preparación del movimiento tan grande que haríamos. No siento que haya sido barato, pero sí agradezco que hayamos tenido el apoyo económico suficiente para no pasar por situaciones de escasez. No siento que haya sido un "irme" romántico, pero sí soy consciente de que he dejado un espacio vacío en mis vínculos más cercanos. No siento que haya sido un "para siempre", pero sí reconozco que no es una distancia corta que me permita reunirme con familiares y amigos muchas veces.
Sí, siento que es una experiencia muy gratificante para reconocer ciertos aspectos de mí misma que desconocía. Enfrentarme a incomodidades como no tener casa, no tener un espacio fijo donde trabajar, no tener a mi madre cerca para pedirle un té si me enfermaba, no tener a mis amigos cerca para contarles lo que me pasaba, entre miles de situaciones donde me encontré con vacíos e incomodidades que no podía resolver a corto plazo.
Sí, siento que es una experiencia que vale la pena para quien desee conocer otras culturas, enriquecerse con nuevas vivencias y nuevas personas que puedes conocer en el recorrido. Encontrar a un amigo o amiga que termina siendo tu hermano o hermana en tu nuevo hogar es un sentimiento muy placentero y extremamente gratificante.
Sí, siento que es algo que cualquiera puede atravesar, sin olvidar y priorizando el cuidado de nuestra salud mental y física. Migrar es una montaña rusa de emociones, por lo que creo fundamental aprender a pedir ayuda y aceptar que como migrante ya no eres la misma persona que partió de su hogar anterior. Todos esos cambios pueden traer frustraciones, angustias y nostalgias, y es más liviano si buscamos ayuda profesional de un terapeuta, psicólogo, coach, o procuramos ayuda en centros de apoyo a inmigrantes, refugios de personas en situaciones similares. Encontrarse con personas que hablan tu mismo idioma puede conectar con un mundo maravilloso donde necesitas esforzarte menos en expresar tus emociones o sentimientos.
Sí, siento que nos enriquece porque nos brinda la posibilidad de conectar con nuestra vulnerabilidad a niveles nunca antes atravesados (o al menos no en mi caso). Aprender a escucharnos, atender nuestras necesidades, observarnos y repreguntarnos a diario: ¿qué nos sucede?, ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿por qué decidimos esto y no otra cosa? Puede ser una oportunidad para volvernos más humildes, vulnerables, permeables, flexibles, abiertos y amados por lo que somos.
¿Qué me pasó cuando migré? ¿Qué puedo decirte querido migrante?
En cuanto emigré, empecé a escuchar podcasts de psicología, leer sobre migración, los duelos del migrante y textos similares. Me encontré con conceptos con los que resueno: la adaptación, la paciencia (paz-ciencia), la meditación (medir-la acción), la autoaceptación y la resiliencia. El duelo está ahí, siempre estará. Es inevitable trabajar en la aceptación de las consecuencias de nuestras propias acciones. Migramos, sí. Duelamos, sí. Seguimos duelando, sí. Quizás siempre estemos abriendo una y otra vez la herida de estar lejos de la familia y de nuestros amigos más queridos. Y sí, seguimos duelando.
Migrar no es un cuento con principio y fin; es un proceso en el que cada uno va escribiendo sus páginas en blanco a diario. Habrá días de gratitud y absoluta felicidad. Habrá días de celebrar la vida, la salud, el trabajo y los nuevos vínculos. Habrá días de llorar y emocionarnos al ver caer el sol en el horizonte. Habrá días donde una canción en la radio nos conecte con la emoción y una herida abierta. Habrá días donde solo agradeceremos la oportunidad de estar donde estamos. Habrá días donde solo agradeceremos tener la familia y los amigos que tenemos cerca y lejos físicamente. Habrá días donde solo agradeceremos que nuestros seres queridos estén bien, donde sea que estén. Habrá días donde hablarás con Dios, el Universo o contigo mismo y te preguntarás qué haces en la otra punta del mundo. Y sí, todo ese electrocardiograma forma parte del diario del migrante.
No tengas miedo de tener tu hoja en blanco, anímate a ser tu propio creador de tu recorrido migrante. ¿A qué le temes? ¿Qué puede salir mal? ¿Qué puede salir bien? A veces el migrante aprende a confiar: confía en sí mismo, confía en otros que acaba de conocer, confía en la vida. Creo que si no confiamos, nos oxidamos por dentro y nos detenemos en nuestro camino hacia adelante. Siempre es hoy, aquí/ahí/donde estés ahora y hacia adelante. No te culpes si sientes que debías haberlo hecho antes o después porque esa es tu mente reprochando y deteniéndote en el tiempo. Regresa al ahora, al presente y ve hacia adelante. Confía. Eres tu propio cocreador. Lo harás perfectamente a tu manera, actuando con coherencia y lealtad a ti mismo. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Comentarios
Publicar un comentario